Fuente: Programa de vacunaciones. Fecha de última revisión: mayo 2017
La vacunación es el proceso por medio del cual una persona se hace inmune o resistente a una enfermedad específica.
La exposición natural a una enfermedad ocurre cuando un individuo se pone en contacto con el agente infeccioso y padece la enfermedad. Este contacto, por ejemplo a la varicela, proporciona inmunidad o resistencia, de tal manera que tras otro contacto con dicha enfermedad ya no la padece. La exposición artificial a una enfermedad quiere decir que la persona ha recibido el agente infeccioso, modificado para que no provoque la enfermedad, con el propósito de que quede inmune o resistente a dicha enfermedad. Este agente puede recibirlo por boca o mediante pinchazos, aunque en un futuro podría recibirlo por otra vía (por ejemplo, spray nasal o en aerosoles).
Un cuerpo sano dispone de un sistema muy complejo que le protege constantemente de las infecciones, es el sistema inmune. Este se ha venido desarrollando en los últimos millones de años para que las especies sobrevivan en un mundo plagado de microorganismos (bacterias, virus, hongos y parásitos).
Algunos microorganismos llamados patógenos se han adaptado muy particularmente para eludir el sistema inmune del hombre y causar una enfermedad. Este hecho se pone de manifiesto cuando el organismo humano no ha contactado previamente con el patógeno. El papel de la vacunación consiste en poner al sistema inmune a trabajar, sin causar los efectos que sobre la salud causa el patógeno.
Antes de que un microorganismo penetre en el cuerpo tiene que pasar por unas barreras naturales creadas para protegerle. En el aparato respiratorio, por ejemplo, los cilios se encuentran en movimiento constante, desalojando el moco y los contaminantes, impidiendo que se acumulen en los pulmones. Algunos virus, como el del catarro, pasan sin problemas por esta barrera. Algunos componentes de la saliva y el ácido del estómago proporcionan un ambiente hostil a los gérmenes que impiden que ejerzan su acción nociva, pero el virus de la poliomielitis puede incluso sobrevivir en ese ambiente y viajar desde el tubo digestivo hasta la médula espinal donde se reproducirá.
Una vez que los virus o las bacterias han sobrepasado las barreras naturales se encuentran con los macrófagos, que son células especializadas producidas en la médula ósea. Estas células defensoras circulan constantemente por la sangre protegiéndonos de sustancias nocivas. Cuando los macrófagos se topan con sustancias extrañas, preguntan con su lenguaje bioquímico: ¿quién eres?, ¿por qué estás aquí?. Esta confrontación puede ocurrir bien en la puerta de entrada (por ejemplo, en una herida abierta), o bien la sustancia puede ser transportada al ganglio linfático más próximo, que se comporta como un filtro.
Si la sustancia es reconocida como una que no plantea conflictos, el macrófago pasa
. Pero a veces pueden engañar al macrófago, ya que algunos agentes infecciosos han desarrollado la capacidad de superar la inspección del macrófago mediante disfraces o escondiéndose, por ejemplo en el interior de los glóbulos rojos. Otros disponen de materiales en su superficie que se asemejan mucho a los tejidos humanos, de tal manera que confunden al macrófago haciéndole creer que son sustancias del propio humano. A veces el éxito o el fracaso de un agente infeccioso depende de su capacidad de esconderse de los macrófagos durante un tiempo que le permita reproducirse.
Si penetra en el cuerpo una bacteria por vez primera, unos glóbulos blancos altamente especializados, los leucocitos polimorfonucleares, son llamados a la zona mediante mensajes bioquímicos, para aniquilar al invasor. Gracias a su núcleo segmentado, los polimorfonucleares pueden llegar al lugar de la infección, incluso si la bacteria está escondida profundamente en los riñones. Cuando la encuentran, la engullen y la digieren. En este proceso fabrican deshechos y éstos, irónicamente, al pasar a sangre nos pueden hacer sentir enfermos.
Un proceso similar ocurre cuando un macrófago localiza a un virus. Se dispara una alarma y se pone en marcha un proceso de inmunidad celular en la que varios tipos celulares interaccionan entre sí como si fueran semáforos. Estos tipos celulares son fundamentalmente las células T y las células B.
Si la respuesta inmune no funciona bien (por ejemplo, en la infección por el Virus de la Inmunodeficiencia Humana o cuando estamos en tratamiento con algunos medicamentos), los virus, las bacterias, algunos hongos y los parásitos pueden reproducirse libremente en el organismo causando graves enfermedades.